Silencio. Por unos segundos, esa fue la respuesta de Gerson Villalobos. Hurgaba en sus recuerdos y, sobre todo, en sus sentimientos, en un mix de pasado y presente.
Luego, un suspiro antes de pronunciar “nostalgia”, la palabra que le salió para responder la pregunta: ¿qué siente hoy, cuando este domingo se cumplen los 20 años de la clausura del Banco Anglo ?
“Para mí, el Anglo fue una escuela, yo trabajaba en la parte internacional. Trabajé ahí nueve años.
“Como muchos éramos de la misma edad, nos sentíamos como una familia. Eso es lo que siento: que perdí una familia...”.
Aquel miércoles 14 de setiembre de 1994, Villalobos estaba de vacaciones y se alistaba para llevar a sus hijos al tradicional desfile de faroles; sin embargo, no fue, porque la noticia le puso patas arriba el horizonte: sencillamente, no podía creer que fuera verdad y solo la pudo creer cuando, por medio de llamadas telefónicas, sus compañeros le confirmaron las malísimas nuevas.
La noticia del cierre del Banco Anglo Costarricense (BAC) –dada poco antes de las 6 p. m. de ese día– le cambió los planes de esa noche y de su vida para siempre..., como a todos sus compañeros.
Había ocurrido algo que en la primaria y secundaria se enseñaba como imposible que pasara: la quiebra de un banco del Estado.
El presidente de la República José María Figueres Olsen (1994-1998), respaldado por su Consejo de Gobierno, sentenció el fin del banco más antiguo del país.
Figueres hizo el anuncio en vivo y por cadena de televisión, mientras los policías tomaban el edificio del Anglo , sobre la avenida segunda, diagonal al Teatro Nacional (hoy es la sede del Ministerio de Hacienda).
Que el hijo de quien nacionalizara la banca –José Figueres Ferrer– fuera el que anunciara la clausura de este banco del Estado, le dio al hecho un simbolismo, por decir lo menos, trágico.
En vísperas de la celebración del 173 aniversario de la independencia de Costa Rica y poco antes de cantar el Himno Nacional, 1.760 trabajadores se quedaron desempleados.
La administración Figueres había decidido acoger el informe de una comisión especial, integrada por Rodrigo Oreamuno, Elías Soley, Leonardo Garnier, Carlos Manuel Castillo, Adrián Vargas, Ottón Solís y Francisco Antonio Pacheco.
“No había que cerrarlo, fue una decisión política. El banco se podía salvar, pero todos sentimos que fue pura política. El Anglo estaba a la vanguardia de todos los bancos”, recordó Kattia Soto, quien hoy trabaja en el Ministerio de Educación Pública (MEP).
Como asegura Juan Manuel Corrales: “Éramos el ‘trapito de dominguear’ del sistema bancario nacional”.
Kattia Soto redondea su pensamiento con unas palabras que le salen rectitas: “Quienes lo cerraron nunca pensaron en los costos sociales. Nosotros eramos una familia, teníamos la ‘camiseta puesta’.
“Lo hicieron (el cierre) víspera de feriado, porque si lo hacen en un día normal no sé cómo nos hubieran sacado”, expresó Kattia Soto.
Por cierto, no mencionó a José María Figueres Olsen. Solo se refirió a él como el gobierno de turno.
“No había que cerrarlo, fue una decisión política, uno sabía que solo querían dejar un banco estatal”, insistió Soto.
Un artículo de Ciska Raventós, publicado en el número 68 de la Revista de Ciencias Sociales, de la Universidad de Costa Rica, recuerda que la reducción de la cantidad de los bancos estatales fue una de las propuestas del entonces candidato Figueres Olsen, de Liberación Nacional, en la campaña que lo llevó a la Casa Presidencial.
“¿Valió la pena?” Esa es la pregunta que se hace Kattia Soto. Tal vez, nunca le contesten. Ya pasaron 20 años...
El dolor
“Lo que siento cada 14 de setiembre es cólera; cólera de ver que a nadie le importó lo que nos pasó, porque era un pleito político; cólera de ver que las promesas que nos hicieron nunca se cumplieron; cólera de ver lo que había pasado”.
Juan Manuel Corrales es quien habla. No se puede decir que haya amargura en sus palabras, pero sí dolor.
“He visto a compañeros fallecer por depresión; que se cierren puertas de otras instituciones; hubo compañeros que no pudieron hacerle frente a deudas y que perdieron sus casas”, añade.
En las palabras de Juan Manuel Corrales no se sienten trazos de amargura, pero sí rastros de un desamparo vivido..., que no entiende.
Tal sentimiento de abandono fue lo que encontró Heidy Oviedo Quesada en su tesis de maestría en Criminología, Principales efectos causados a un grupo de ex funcionarios del Banco Anglo Costarricense: (15 años después del cierre)”.
“A la gente le truncaron proyectos de vida: tuvieron que sacar a sus hijos de los colegios; aceptar trabajos que no estaban acordes con sus conocimientos; se quedaron sin plata y sin trabajo; fueron etiquetados como si se hubieran robado algo. Esa gente, de verdad, sufrió”, comentó Oviedo.
Corrales tiene una página en Facebook ( Banco Anglo Costarricense ) con la que trata ajustar los tiempos perdidos, gracias a la web 2.0.
“Hay un compañero que tiene una ‘media finquita’ en Heredia. Nos reunimos a hablar, a recordar. Es que éramos una familia, todos”, comenta Corrales, quien ahora labora en el MEP.
En esa red social existen otro dos grupos relacionados con el Anglo.
Cuando Ruth González pasa por el viejo edificio lo que siente es nostalgia. Ella trabajaba en la agencia de San Pedro y ahí no vivieron el trauma de ver a los policías cerrar las instalaciones.
Según recuerda, todo fue normal ahí: “Era quincena y víspera de feriado. El banco estaba lleno, llenísimo; era impensable un cierre, aunque estaba intervenido.
“Cuando lo cerraron fue una impresión horrible. Fue algo abrupto, no hubo tiempo de reaccionar. El banco se podía recuperar”, aseguró.
Víctor Lobo lo pone así: “ Cada 14 de setiembre , me da nostalgia. Ese día nos arrancaron a todos un pedazo. Recuerdo que hubo que rogarle a la gente para que retirara sus fondos, ya con el banco cerrado: todos sentíamos la lealtad”.
“Yo no me puedo quejar, porque no me fue mal; hubo compañeros que no pudieron conseguir trabajo. Me he topado a compañeros que terminaron como indigentes. Le soy sincero: yo le doy gracias a Dios porque conseguí trabajo”, aseguró Lobo.
A la vuelta de dos décadas, también reclama el trato recibido ese infame día y los posteriores: “Nos requisaron como si hubiéramos sido los culpables”.
La mismas sensación vivió Hugo Hernández, quien entonces trabajaba en la agencia de Heredia.
Como en avenida segunda, los policías –armados como si fuesen a sofocar un levantamiento civil– tomaron el control de la agencia.
“El trato fue de lo peor, no éramos delincuentes. Ese día nos quedamos hasta las 12 de la noche, dejando todo en orden. Como a las 10, mandamos a traer comida donde el chino y tras de que nos hicieron pasar los platos por la ventana, teníamos que abrir los empaques... No sé, tal vez creían que íbamos a meter algo peligroso”, recuerda, Hugo Hernández. La indignación no se le ha ido..., como a Víctor Lobo.
“No se me puede olvidar. Estábamos a punto de cantar el Himno”, apunta Lobo.
La rabia
Cantar el Himno Nacional a las 6 de la tarde de los 14 de setiembre es una tradición que se inició en 1982.
Fue impulsada por el presidente Luis Alberto Monge (1982-1986) como una manera de reparar el orgullo de Costa Rica por la profunda crisis económica vivida durante la presidencia de Rodrigo Carazo (1978-1982).
También la puso en marcha como un modo de levantar la identidad nacional ante la “amenaza” del gobierno sandinista en Nicaragua (entonces, eran días de guerra en América Central).
“Durante 10 años dejé de cantar el himno. No se debió llegar a eso... Yo me quedé en la junta liquidadora y fue doloroso ver cómo lo desmantelaron”, afirma Víctor Lobo.
Hugo Hernández también dejó de cantar por años el himno costarricense. La voz se le quiebra cuando asegura que no es mal ciudadano.
“Yo dije que nunca más iba a volver a cantar ‘vivan siempre el trabajo y la paz’.
“Lo volví a cantar en el partido (de la Selección) contra Holanda (el 5 de julio pasado). Ahí volví a sentirme ciudadano costarricense”, asevera, sin que pudiese evitar las lágrimas.
“Yo tengo que olvidar, ya pasaron muchos años; pero mi vida ha cambiado. Trabajé con la junta liquidadora y me pensioné dos años después, con esa pensión pude sacar a mi familia adelante”, añade Hugo Hernández.
Kattia Soto sí canta el himno; pero los 14 de setiembre, no. Tampoco decora su casa con símbolos patrios en este mes. “No debería estar enojada con la patria... Cada setiembre es doloroso”.
Como sus compañeros, también resiente el trato que se les dio. “Nos trataron como ladrones, los helicópteros sobrevolaban el edificio. ¡Ni la jarra del café nos dejaban sacar”, recuerda.
Hugo Hernández cuenta que alguien les prestó una carreta para decorar la agencia de Heredia. “Lo que no sabíamos es que al pobre le iba a costar recuperarla”.
De acuerdo con Oviedo Quesada, durante la investigación de su tesis, se topó con una exfuncionaria del banco que le declaró, con toda franqueza, que aún no superaba el cierre.
Otro exempleado declinó ser entrevistado para este artículo: no quería revivir un capítulo que ya está cerrado.
“A veces sueño con mis compañeros. Cada 14 de setiembre llega ese recuerdo... Creo que voy a morir con ese recuerdo. Todo pudo ser de otra manera”, se lamenta Hernández.
Como se lamenta Bernan Luis Salazar, el primer juez instructor del descalabro del Banco Anglo.
“Veinte años después...., parece que no hemos aprendido nada. Falta mucho para que el país aprenda”, comenta el ahora litigante.
Él dictó prisión preventiva contra los directivos bancarios, apenas una semana después del desplome.
Veinte años después, Víctor Lobo siente nostalgia e indignación, pero sabe que la vida siguió y no tiene problemas en pasar por el antiguo Anglo. “Imaginate que todavía le compro a Saco ‘e sal , el señor de la lotería”.